Tienes hijos porque el instinto maternal llama a tu puerta,
siempre quisiste ser madre y crees que ha llegado tu momento. Las dudas acechan
a causa de la inestabilidad laboral y de un horario imposible. Te planteas una
hipotética reducción de jornada en el futuro que te mermará aún más tu ya
bastante mermado salario. Pero tampoco te imaginas que te vas a topar con
tantas trabas.
Así que le echas valor y sin pensarlo demasiado vas a por
ello porque es lo que deseas. Trabajas hasta la semana treinta y dos, incluso
te pediste el alta voluntaria cuando el ginecólogo te aconsejó darte de baja
por aquel sangrado en la semana veinte. Con tu dichosa jornada partida, tan
arraigada en nuestro país, con tu agudo olfato de embarazada calentándote tu tupper en ese microondas que exhala una
mezcla de olores de los que se calentaron antes que el tuyo.
Al fin eres mamá, “disfrutas” de tus dieciséis semanas de
permiso por maternidad, juntas tus vacaciones para aprovechar al máximo la
lactancia materna exclusiva y cuando tu bebé tiene apenas cinco meses te
incorporas con esa inseguridad, el sentimiento contradictorio al echarlo de
menos pero con la satisfacción de volver a tu trabajo y al mismo tiempo la
culpa por ello. Mezcla de sensaciones.
Las dudas sobre si tendría que adelantar el destete cuando
deseaba tanto continuar con la lactancia, anticipar a los cuatro meses y medio
la introducción de otros alimentos cuando a él le iba tan bien tomando sólo
leche materna. Nueve horas en la oficina, más una de ida y otra de vuelta, once
horas en total alejada del bebé, con lo que conllevaba para los pechos. Te
escapas unos minutos al baño con el sacaleches, pero sin condiciones muy
favorables ni de higiene, ni de intimidad, ni de tiempo… Todo facilidades.
Aunque hubo algunos días malos, afortunadamente tanto los
pechos como Mateo se adaptaron a la nueva situación y pudimos continuar con la
lactancia materna sin problema.
Las dudas (y las ganas) de reducirte la jornada te asaltan,
pero haciendo cuentas no compensa. De todas formas, no dio tiempo a más, un día
cualquiera te llaman de RRHH y ahí se acaba. De forma poco transparente, un
informe de una valoración que alguien me tenía que dar, y que nadie reconoció
haberme dado. Una de mis jefas inmediatas acababa de dar a luz, intenté hablar
con ella, buscar un motivo y sólo encontré que me dejara con la palabra en la
boca. Gente con la que hasta el día anterior tenías buena relación te da la
espalda. Y yo era la misma persona curranta,
preocupada por sacar el trabajo adelante y hacerlo bien.
Te ves en casa y el mundo se te viene encima. Vives esa
injusticia y te sientes tan impotente que cuesta sacar el lado positivo que era
estar más tiempo con el niño. Pero no eran tus planes.
En apenas veinte días estaba en un nuevo trabajo, dando
clases de inglés en horario de tarde, pero pudiendo compatibilizar con los
horarios del papá. En momentos de bajón, pienso qué trabajos hay que sean
compatibles con ser madre y encargarte de tus hijos.
Cuando acabé la universidad me puse a trabajar en lo que me
fue saliendo, había que trabajar. La situación parecía no ser tan difícil en
aquellos momentos y nos habían vendido que con estudios e idiomas llegaríamos a
donde quisiéramos.
Este último trabajo era temporal, duraba lo que el curso
escolar. En una reunión que tuvimos en junio me comunicaron que contaban
conmigo en septiembre para el siguiente curso. Yo estaba embarazada y se lo
hice saber. No tuve más noticias hasta un Whatsapp
de mi coordinador la noche anterior a que empezaran las clases: “No contamos
contigo para este curso. Gracias una vez más por el trabajo realizado”. Más
adelante he vuelto a trabajar para la misma empresa con contratos temporales.
Por ese trabajo yo me había perdido la primera fiesta de la guardería. Nos pusieron una reunión por la mañana, fuera de mi horario de trabajo, yo llevaba poco tiempo y fui incapaz de decir que no iba. No es que fuera una gran actuación, Mateo tenía sólo diez meses, pero era su fiesta, tocaba su pandereta y sonreía, y su mamá se lo perdió.
Por ese trabajo yo me había perdido la primera fiesta de la guardería. Nos pusieron una reunión por la mañana, fuera de mi horario de trabajo, yo llevaba poco tiempo y fui incapaz de decir que no iba. No es que fuera una gran actuación, Mateo tenía sólo diez meses, pero era su fiesta, tocaba su pandereta y sonreía, y su mamá se lo perdió.
Hace ya casi un año, yo había firmado el contrato para
empezar un lunes con la mala suerte de que el sábado anterior fuimos un rato a
la feria de mi ciudad, hubo una explosión por una deflagración de gas en un
local y mi hijo, con solo tres años, resultó herido. Lo operaron de urgencias y
estuvo ingresado durante casi una semana.
Avisé a la empresa de lo ocurrido y que no podría
incorporarme en unos días. No me separé de Mateo ni un momento. Vivimos una
situación traumática y fueron unos momentos duros. Hasta unas semanas después
cuando recibí un informe de vida laboral no me enteré de que no sólo no me
habían dado de alta, sino que lo hicieron varios días después de que yo me
incorporase. Teniendo mi contrato firmado de antemano y habiendo sufrido esa
experiencia, a esa persona no se le ocurrió otra cosa que no darme de alta, una
mujer, madre y embarazada en aquellos momentos. Quizás en otro momento no me
habría hecho tanto daño, pero fue una experiencia tan dura que tal vez eso hizo
que me doliera más, era como encima que le ha pasado eso a tu hijo pues no te
doy de alta y mandamos a tomar viento tu contrato que ya estaba firmado por
ahorrarme de pagarte cuatro días, no sé, o a lo mejor yo soy muy susceptible,
pero es como me sentí.
Esta es, grosso modo,
mi experiencia. Un ejemplo de lo difícil que nos lo ponen a las madres. Por si
alguien piensa que me quejo, lo seguiré haciendo cada vez que me pongan un
escollo que me impida trabajar y dedicarme a lo que más quiero en mi vida que
son mis niños. Porque quiero trabajar pero también quiero criar a mis hijos.