Harta de estereotipos y de etiquetas, y de que
después de mucho tiempo siendo el rosa de sus colores favoritos, ahora me diga
que no puede serlo porque “es de las niñas” escribí este cuento
para Mateo, que ahora sabe que los colores son de todos. Le encanta el rosa,
aunque también el amarillo, el violeta y el naranja, y en realidad le gustan
todos los colores del arcoíris. Le gusta jugar a las cocinitas y a las espadas,
a cuidar bebés y a arreglar cosas con sus herramientas, quiere ser cocinero o
policía. La vida dirá, yo solo quiero que sea feliz y que ya desde pequeño
no le impongan lo que puede gustarle y lo que no, con algo tan simple pero
especial para los niños como son los colores.
Los colores son de todos
Había una vez un reino
que se llamaba Descolorido. En ese reino
sólo existían dos colores: el azul para los niños y el rosa para las niñas.
Cuando el rey Gris era pequeño, hizo un dibujo
precioso y lo pintó de color rosa. Pero una malvada hechicera le dijo que su
dibujo era muy feo y que el rosa era un color de niñas y se lo rompió. El rey
Gris lloró al ver su precioso dibujo hecho pedacitos y se enfadó muchísimo.
Cuando el rey Gris
creció, decidió prohibir los colores en su reino. Sólo dos colores estaban
permitidos entre los habitantes de Descolorido:
el azul para los niños y el rosa para las niñas.
Pero en Descolorido también vivía un niño que se
llamaba Mateo y cuyo color favorito era el rosa. A Mateo le habían dicho muchas
veces que el color rosa era sólo para las niñas, así que ese no podía ser su
color. No podía vestir ropa de color
rosa, ni colorear sus dibujos en rosa, porque entonces el rey se enfadaría y
los demás niños se reirían de él.
Un día estaba un
poco triste, no entendía por qué él no podía elegir el color que más le
gustaba. Una nube se le acercó a preguntarle qué le pasaba. Cuando Mateo le
dijo lo que le ocurría, la nube le entendió perfectamente porque ella también
estaba cansada de ser siempre blanca o gris. Así que urdió un plan. Hizo que
lloviera tanto, tanto, tanto, que todos los colores desaparecieron. En el
pueblo Descolorido todo se quedó sin
color.
Todos los niños
estaban muy tristes y se sentían muy
extraños sin ver colores a su alrededor.
Sin embargo,
después de la lluvia, la nube llamó a su amigo el arcoíris y le contó lo
sucedido. ¡El arcoíris no se lo podía
creer! ¿Quién habría tenido esa idea tan absurda de diferenciar los colores entre
niños y niñas? ¡Si los colores son de todos! Así que tuvo una genial idea: repartió todos sus colores por
todos los lugares y por todos los niños de Descolorido.
Había tantos colores que tanto niños como niñas podían elegir el que más les
gustara, rosa, azul, naranja, violeta, amarillo…
Mateo estaba
entusiasmado de saber que ya podía elegir su color favorito que era el rosa, por
fin el rosa no era el color de las niñas, es un color de todos, por lo menos de
todos a los que les guste el rosa (a alguna gente le parece un color un poco
cursi, pero no pasa nada porque para gustos, los colores).
Todos estaban tan
contentos que el rey no tuvo más remedio que cambiar el nombre del pueblo. Dejó
de llamarse Descolorido para ser Decolorines, era un nombre mucho más
apropiado para un lugar lleno de color.
Y colorín,
colorado, este cuento, se ha acabado.