Que la educación de los niños tiene
que empezar en casa, sobre todo por parte de los padres que somos sus ejemplos
más inmediatos es algo que ya todo el mundo sabe o debería saber. Del mismo
modo que sabemos que nuestros hijos no
van a la escuela sólo a aprender las materias tradicionales, que son una parte
necesaria e imprescindible para su formación, sino que también allí aprenden
valores indispensables para su vida de cara al futuro como adultos, pero
también en su presente, durante la infancia y la adolescencia.
Últimamente
cada vez oímos más hablar sobre la importancia de la educación emocional, que
también debe empezar en casa, ayudando a los pequeños a conocer sus emociones,
a expresarlas y no reprimirlas, a regularlas o controlarlas, pero con respeto,
aceptando que las emociones están ahí, son necesarias, forman parte de la vida
y no hay que negarlas porque hacerlo tendrá consecuencias negativas.
Después de
todo, se trata de conocer las emociones, identificarlas y saber por qué nos
sentimos de determinada manera, qué nos ha provocado sentirnos así, para
conocernos a nosotros mismos, para mejorar en el futuro en situaciones
parecidas. Y esto debe empezar también en casa, siendo los padres el ejemplo a
seguir, por mucho que les digamos a los niños que se calmen ante una situación
no lo van a hacer si nosotros mismos no nos calmamos. Los padres somos el
espejo en el que se miran, y si ya no lo hacemos por nosotros mismos, sería
bueno hacerlo por ellos.
Se trata
también de que si estamos mal podamos decirlo con naturalidad, no ocultarlo o
verlo como algo malo. Hablar sobre ello, expresar con palabras cómo nos
sentimos, ayudar a los pequeños a que lo expresen es un gran paso. Dejarlos que
lloren, que los niños sí lloran,
todos lloramos, los adultos también, a veces a escondidas pero creo que no
tenemos que tener miedo de que nos vean llorar, porque es normalizar algo que a
veces hacemos, simplemente porque estamos tristes, nos ha pasado algo y con
ello les hacemos ver a los niños que es algo normal.
Con estas
premisas, ya les estamos ayudando a evitar más adelante posibles frustraciones
o depresiones, u otras situaciones que les puedan llevar a conductas
antisociales en la adolescencia, a caer en problemas de drogas, vandalismo… No quiero parecer
derrotista, pero son situaciones que se ven a menudo por desgracia en los institutos por la falta de motivación,
de confianza, la baja autoestima, o problemas que van más allá como el acoso
escolar y que desencadenan a corto o largo plazo en personas violentas o
inadaptadas que no saben vivir en sociedad.
Educando en emociones, estamos
ayudando a que se conviertan en personas resilientes, asertivas, empáticas,
tolerantes; características que son imprescindibles para tener una vida sana
emocionalmente, que también tiene mucho que ver con valores como la igualdad,
la solidaridad, la justicia, que alejen de la sociedad actitudes como la
discriminación, la desigualdad de género o, más concretamente, la violencia
machista.
Yo siempre digo que al final lo
importante siempre son las personas: convivimos con iguales en nuestro día a
día, en nuestras familias, en el trabajo, hasta en la comunidad de vecinos… ser
capaz de convivir en sociedad es algo que también se aprende.
La labor de los docentes es especialmente
importante y necesaria cuando sus alumnos no tienen en casa esos ejemplos por
parte de sus familias, ahí toda la esperanza recae en la escuela. Los maestros
y profesores tienen un reto difícil a la vez que fascinante: al estar tanto
tiempo en contacto con los jóvenes tienen la capacidad de enseñarles valores y
dejar huella en sus vidas. Como digo, esta función es especialmente necesaria
cuando existe esa carencia de la transmisión de valores por parte de la
familia, pues ahí la función del profesorado adquiere mayor relevancia. Dentro
del proceso de formación, no solo se enseñan conocimientos teóricos sino que se
les puede ayudar a afrontar las dificultades con las que pueden topar y
hacerles ver que pueden lograr lo que se propongan y que lo harán y serán
personas felices aunque en ocasiones no parezca fácil conseguirlo.
En definitiva, se trata de inculcar
a los más jóvenes no solo conocimientos, sino confianza, que tengan una buena
autoestima, que luchen por tener la vida que desean. ¡Hay tantas cosas que se
aprenden en la escuela que nunca se llevan a la práctica! Yo jamás he
necesitado hacer una raíz cuadrada fuera del contexto escolar. Que no digo que
no las aprendan ni mucho menos, pero debe haber sitio para todo y que la educación emocional
tenga su lugar y no quede relegada a un segundo o tercer plano, porque la
competencia emocional sí que la vamos a necesitar todos sí o sí a lo largo de
nuestras vidas y muchas veces.
Leo lo que estoy escribiendo, y
parece utópico, pero es algo en lo que creo…
Si se naturaliza y se le concede la importancia que tiene a la educación
emocional, a lo largo de los años, desembocará en una sociedad más sana
emocionalmente, y viendo el mundo en el que vivimos, sería algo extraordinario.
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