No le educaron para
expresar emociones, para dar cariño y mucho menos para mostrar debilidad. No
tuvo derecho a jugar, y desde muy pequeño ya empezó a trabajar. Seguramente más
de una vez pasó hambre, y también muchas veces se alimentó de pan seco.
Durante toda su vida su
obligación era levantarse al amanecer y volver a casa al anochecer para
trabajar y sacar la familia adelante. Trabajar cavando viñas, vareando
aceitunas, trillando, arando… de sol a sol. Sin fines de semana. Sin festivos.
Sin vacaciones.
Luchar por nosotros, por
sus hijos.
Como hija a veces no era
fácil entenderlo, a veces hubiera necesitado otras cosas.
El día que lo operaron de
cáncer, pronto hará doce años, cuando mi hermana y yo entramos a verlo en
el hospital a la sala de recuperación, aún medio dormido por la
anestesia, nos dijo: «mis prendas». Nunca lo olvidaré porque mi hermana y
yo nos miramos y a las dos se nos saltaron las lágrimas. Mi padre recién
operado de algo así y era la primera vez que nos decía «algo bonito».
Salimos con los ojos
llorosos las dos y los que estaban allí se preocuparon por si algo pasaba, pero
todo estaba bien. A lo mejor, para mi hermana y para mí, mejor que nunca.
No es que fuera
excesivamente estricto, pero tampoco expresivo.
Eso no es que haya cambiado
mucho, él mismo lo dice, «es que no sé expresarlo, pero para mí claro que es un
orgullo que a todos os haya ido bien», como me dijo después de la
celebración de sus bodas de oro.
Nunca lo había oído
verbalizarlo así, pero el otro día me dio mucha ternura cuando los acompañé a
empadronarse, rellené la documentación y les dije donde tenían que firmar, y me
dijo «qué pena ser analfabetos».
Seguro que podría haber
sido cualquier cosa que se hubiera propuesto en otras circunstancias más
favorables. Tiene una memoria prodigiosa, aún recuerda los nombres y apellidos
de los que sirvieron con él en la mili, y también de las fechas de cualquier
persona que haya muerto. A lo mejor no así de las fechas en las que nosotros
nacimos, o sí, si es que coincidió que ese día murió alguien. Es su forma de
ver la vida.
Nunca nos ha dicho te
quiero, porque no lo ve necesario, porque ya lo ha demostrado con una vida
de trabajo y sacrificio.
Nunca me ha dicho que esté
orgulloso de mí, pero yo estoy segura de que lo está. Y aunque en algunos momentos me costara entenderlo, la vida a veces es maravillosa y pone todo en su sitio. Y aunque le
haya costado años, el otro día cuando cumplía 80 y mis hijos lo llamaron para
felicitarle, al escucharlos yo le noté la voz cortada. Y mi hermana
también me dijo que lo notó emocionado cuando lo felicitó. Nunca es tarde para
mostrar las emociones, para demostrar lo que de verdad importa. Porque hoy
hemos ido toda la familia a comer para celebrar sus ochenta años. Ha sido una
sorpresa, y él no paraba de repetir «cómo me habéis engañado», cuando estoy
segura de que lo que en realidad quería decir es «gracias por este día, estar
todos juntos es el mejor regalo».
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