domingo, 2 de febrero de 2020

Las cosas que no nos dijimos


No le educaron para expresar emociones, para dar cariño y mucho menos para mostrar debilidad. No tuvo derecho a jugar, y desde muy pequeño ya empezó a trabajar. Seguramente más de una vez pasó hambre, y también muchas veces se alimentó de pan seco. 

Durante toda su vida su obligación era levantarse al amanecer y volver a casa al anochecer para trabajar y sacar la familia adelante. Trabajar cavando viñas, vareando aceitunas, trillando, arando… de sol a sol. Sin fines de semana. Sin festivos. Sin vacaciones. 

Luchar por nosotros, por sus hijos.

Como hija a veces no era fácil entenderlo, a veces hubiera necesitado otras cosas. 

El día que lo operaron de cáncer, pronto hará doce años, cuando mi hermana y yo entramos  a verlo en el hospital a la sala de recuperación, aún medio dormido por la anestesia,  nos dijo: «mis prendas». Nunca lo olvidaré porque mi hermana y yo nos miramos y a las dos se nos saltaron las lágrimas. Mi padre recién operado de algo así y era la primera vez que nos decía «algo bonito». 

Salimos con los ojos llorosos las dos y los que estaban allí se preocuparon por si algo pasaba, pero todo estaba bien. A lo mejor, para mi hermana y para mí, mejor que nunca. 

No es que fuera excesivamente estricto, pero tampoco expresivo.

Eso no es que haya cambiado mucho, él mismo lo dice, «es que no sé expresarlo, pero para mí claro que es un orgullo que a todos os haya ido bien», como me dijo después de la celebración de sus bodas de oro. 

Nunca lo había oído verbalizarlo así, pero el otro día me dio mucha ternura cuando los acompañé a empadronarse, rellené la documentación y les dije donde tenían que firmar, y me dijo «qué pena ser analfabetos».

Seguro que podría haber sido cualquier cosa que se hubiera propuesto en otras circunstancias más favorables. Tiene una memoria prodigiosa, aún recuerda los nombres y apellidos de los que sirvieron con él en la mili, y también de las fechas de cualquier persona que haya muerto. A lo mejor no así de las fechas en las que nosotros nacimos, o sí, si es que coincidió que ese día murió alguien. Es su forma de ver la vida.

Nunca nos ha dicho te quiero, porque no lo ve necesario, porque ya lo ha demostrado con una vida de trabajo y sacrificio. 

Nunca me ha dicho que esté orgulloso de mí, pero yo estoy segura de que lo está. Y aunque en algunos momentos me costara entenderlo, la vida a veces es maravillosa y pone todo en su sitio. Y aunque le haya costado años, el otro día cuando cumplía 80 y mis hijos lo llamaron para felicitarle,  al escucharlos yo le noté la voz cortada. Y mi hermana también me dijo que lo notó emocionado cuando lo felicitó. Nunca es tarde para mostrar las emociones, para demostrar lo que de verdad importa. Porque hoy hemos ido toda la familia a comer para celebrar sus ochenta años. Ha sido una sorpresa, y él no paraba de repetir «cómo me habéis engañado», cuando estoy segura de que lo que en realidad quería decir es «gracias por este día, estar todos juntos es el mejor regalo».

 

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