martes, 2 de mayo de 2017

Para todas las que nos quejamos de lo duro que es ser madre.



Mi madre se levantaba al amanecer (puede que antes), para ir al río a lavar la ropa de toda la familia: seis hijos, un marido trabajando en el campo de sol a sol, un cuñado soltero,  y volvía del río subiendo la cuesta cargada de cubos con trapos mojados para irse todo el día a coger aceitunas, no sin antes preparar la comida para todos, dejar la casa arreglada (me pregunto cuántas horas tenían los días por aquel entonces…)

Montada en una mula, que era el medio de transporte que había en casa, iba a pasar el día cogiendo aceitunas, sin más maquinaria que sus manos, y sólo cuando se iba el sol, volver a casa para seguir con la vorágine de recoger, fregar  y  así sin parar hasta la hora de acostarse. Y al día siguiente igual. Sin vacaciones ni fines de semana, sin un cumpleaños o un aniversario.

Y a mí que me supera a menudo (muy a menudo) el día a día, entre el trabajo con horarios imposibles de compaginar con dos niños de cuatro y dos años, preparar clases y corregir writings,  una casa nunca ordenada, hacer la comida y tratar de educar a los dos bichitos, algunas veces me han llamado supermamá. 

A casa de mis padres llegó la electricidad cuando yo estaba ya en el mundo (¡y tan mayor no soy!), pero el hecho de vivir aunque a no más de veinte kilómetros de la civilización, pero no estar conectados por carreteras, sino más bien carriles o caminos y apenas medios de transporte, hacía que pareciera mucho más tiempo atrás.

Lo mismo ocurría con el agua. Hemos tenido un atasco en casa la semana pasada y el hecho de no poder poner el lavavajillas y fregar a mano con cubos ya me superaba. Y somos 4 en casa… Pues mi madre lo hacía sin agua corriente cada día de su vida, cómo no lo sé, no lo llego a entender… 

A día de hoy, la ayuda de mi madre sigue siendo esencial. Es con quien se quedan mis hijos casi a diario para que yo pueda ir a trabajar. ¡Cuánta generosidad! ¿De qué material está hecha, que por cierto, yo no heredé?

Qué generosidad tuvo de traerme al mundo para ser la séptima de sus hijos, aunque la sexta viva. Con lo fácil que es quedarse con la parejita. Nada es suficiente para devolver a una madre lo que hace por sus hijos. Cuánta renuncia, y nunca una queja por su parte.

Doy gracias por tener los dos hijos que tengo por muchos motivos, pero entre ellos porque ellos me han enseñado todo lo que mi madre ha hecho en unas condiciones mucho más desfavorables.

No hay forma de devolverle lo que ella ha dado, aunque es difícil, yo lo intento de la mejor forma que sé o que puedo y por supuesto nunca será suficiente. También sé que le compensan los besos y el cariño que ahora mis hijos le dan (aunque le sigan dando quehaceres).

Tampoco es que quiera decir que no tengamos derecho a quejarnos, el día a día a veces es difícil y no es malo quejarse, yo lo practico casi a diario. Pero tampoco vayamos de heroínas por ser madres,  es muy duro muchas veces, pero nuestras madres y nuestras abuelas vivieron todo eso antes que nosotras  sin ningún tipo de reconocimiento. Ellas sí son verdaderas heroínas.