viernes, 21 de febrero de 2020

Ahora que me acerco a los cuarenta

      Acabo de cumplir treinta y nueve y ahora que me acerco a los cuarenta, sé lo que quiero.  Nunca es tarde para tomar las decisiones que en otros momentos no nos atrevimos a tomar. 
         
          Ahora que me acerco a los cuarenta, no voy a hacer más lo que se supone que tengo que hacer ni lo que los demás esperan que haga. No voy a dejar de hacer lo que siento, lo que me sale del corazón. Ya no me afectan esas miradas; ya no me ridiculizan más ni me manipulan para hacer lo que crean conveniente.

            Ahora que los cuarenta están cada vez más cerca, no pienso renunciar a cumplir sueños y, de hecho, a partir de ahora me he propuesto medir mi vida en sueños cumplidos, ya sea ir al concierto de un grupo que me gusta, hacer una escapada a un sitio chulo o sacar lo que llevo dentro a través de mis posts que humildemente escribo y que me sirven de terapia.

            Ahora más que nunca me siento orgullosa de mis orígenes, de haberme criado en el campo sin muchas facilidades, donde en la tele sólo se sintonizaba Canal Sur y cuando mis amigas en el instituto comentaban el episodio de Médico de Familia o la serie de turno, yo no podía opinar; donde todos comíamos y mojábamos pan del mismo plato puesto en el centro de la mesa.

            A lo mejor es porque me acerco a los cuarenta, o a la crisis de los cuarenta, pero lo cierto es que quiero hacer todos los planes que me apetezcan, no quiero dejar de ironizar o decir tonterías porque la vida sin un toque de locura es aburrida. Y quiero disfrutar cada instante de la infancia de mis niños, que los disfrutemos siempre juntos los cuatro, y ayudarles también a cumplir sus sueños hasta que sean capaces de cumplirlos por sí mismos. 

            Ahora sé que no quiero dejar de aprender, y veo con claridad las cosas que me gustan, me motivan, me llenan y me interesan de verdad.

            Porque además, ahora que se acercan los cuarenta, vuelvo a tener más presente que nunca a la niña que fui, súper sensible y también un poco rebelde, que andaba por aquellos ríos y por los barrancos y siempre tenía las rodillas llenas de postillas, la cabeza llena de pájaros y muchos sueños por cumplir, y por suerte, eso no ha cambiado.

            También rodearme de las personas que me aportan, me enseñan, me cuidan, me hacen reír y con las que puedo llorar. Con quienes puedo hablar de cualquier tema sin miedos, sin prejuicios, con total naturalidad y siendo yo misma, con todas mis inseguridades, mis errores y mis imperfecciones. Ser lo que soy, no avergonzarme de mi idiosincrasia; no sentirme ni juzgada ni inferior, como a veces antes me sentía. 

            Y aunque dicen que lo mejor para que no te decepcionen es no esperar nada de nadie, yo me niego. Seguiré confiando en las personas hasta que me demuestren lo contrario. Y si me llevo un desengaño me lo tomaré como algo de lo que aprender, pero prefiero eso a ir con desconfianza por la vida. Porque con las vivencias crecemos, y hasta lo que hace daño de repente un día ya no duele.

            Tengo un buen amigo que siempre me dice que, supongo que por esa tendencia mía a ver siempre el vaso medio vacío, mi problema es pensar que yo no me lo merezco, y quizás por primera vez, ahora que me acerco a los cuarenta, creo que me lo debo y también me lo merezco.

sábado, 15 de febrero de 2020

La luz de mi vida


Los jueves lo recojo a las tres y vuelvo a llevarlo a las extraescolares a las tres y media para que pasemos esa media hora juntos. Mateo, en cambio, prefiere quedarse ese rato en el cole jugando con sus amigos. Después me voy a clase y no vuelvo hasta la noche.

Y el pasado jueves, cuando lo estaba llevando ya para el deporte, le dije: «Nacho, me encanta este ratito que pasamos juntos». Y él me contestó: «Mami, a mí me encanta todo el tiempo que paso contigo»

Una vez más, me deja sin palabras. 

Todos los días me repite en bucle, ya desde la noche anterior, si voy a estar esperándole en la vallita cuando salga del comedor, y me pregunta por las mañanas qué vamos a hacer por la tarde y me pide que no vaya a ningún sitio, que quiere estar conmigo.

Me has dicho muchas veces que yo no tengo que ser nada, solo tu mamá. 

Y te aseguro que a mí lo que más me gusta es ser tu mamá, la mamá de los dos. Es lo que más feliz me ha hecho en toda mi vida. Ya ni sé cómo podía vivir antes de vosotros. 

Me encanta ser vuestra mamá, pero necesito ser otras cosas… quiero ser mujer, quiero trabajar, y también quiero ser amiga, quiero ser alumna, quiero ser maestra… quiero seguir aprendiendo, quiero mejorar, sobre todo por mí misma, pero también por vosotros.

Me gusta el tiempo que pasamos juntos. Me gusta que te guste la misma música que me gusta a mí, y que ya escuches en bucle y cantes canciones de Funambulista, aunque tienes claro que tu favorita es Shallow de Lady Gaga y Bradley Cooper. 

Y que me sorprendas con preguntas como qué es un hater porque lo has escuchado en una canción de Leiva. 

Me encanta la imaginación que tienes para inventar juegos, como llevas la voz cantante cuando juegas con Mateo, y también que a veces me des permiso para entrar en tu guarida que has montado en el salón. 

Me gusta hasta que te pongas un poco celoso si estoy dándole cariño a Mateo; me querrías solo para ti, pero tienes que compartirme con el hermano porque yo no puedo elegir a cuál de los dos quiero más, por mucho que me lo preguntéis todos los días, mi respuesta no va a cambiar. 

Ya desde que erais bebés estuve durante tres años trabajando siempre por las tardes, llegando a casa tarde, y os poníais felices cuando llegaba aunque quizás solo fuera por engancharos a la teta. Seguro que notabais la ausencia, pero aún erais pequeños para verbalizarlo.

En aquella época daba clases hasta las diez de la noche. Vivimos en una sociedad con unos horarios imposibles para conciliar, para encargarnos de nuestros hijos.  


Perdonadme por el tiempo que dejo de dedicaros por luchar por una ilusión. Sois mi fuerza, mi orgullo, mi luz. La luz de mi vida. 


domingo, 2 de febrero de 2020

Las cosas que no nos dijimos


No le educaron para expresar emociones, para dar cariño y mucho menos para mostrar debilidad. No tuvo derecho a jugar, y desde muy pequeño ya empezó a trabajar. Seguramente más de una vez pasó hambre, y también muchas veces se alimentó de pan seco. 

Durante toda su vida su obligación era levantarse al amanecer y volver a casa al anochecer para trabajar y sacar la familia adelante. Trabajar cavando viñas, vareando aceitunas, trillando, arando… de sol a sol. Sin fines de semana. Sin festivos. Sin vacaciones. 

Luchar por nosotros, por sus hijos.

Como hija a veces no era fácil entenderlo, a veces hubiera necesitado otras cosas. 

El día que lo operaron de cáncer, pronto hará doce años, cuando mi hermana y yo entramos  a verlo en el hospital a la sala de recuperación, aún medio dormido por la anestesia,  nos dijo: «mis prendas». Nunca lo olvidaré porque mi hermana y yo nos miramos y a las dos se nos saltaron las lágrimas. Mi padre recién operado de algo así y era la primera vez que nos decía «algo bonito». 

Salimos con los ojos llorosos las dos y los que estaban allí se preocuparon por si algo pasaba, pero todo estaba bien. A lo mejor, para mi hermana y para mí, mejor que nunca. 

No es que fuera excesivamente estricto, pero tampoco expresivo.

Eso no es que haya cambiado mucho, él mismo lo dice, «es que no sé expresarlo, pero para mí claro que es un orgullo que a todos os haya ido bien», como me dijo después de la celebración de sus bodas de oro. 

Nunca lo había oído verbalizarlo así, pero el otro día me dio mucha ternura cuando los acompañé a empadronarse, rellené la documentación y les dije donde tenían que firmar, y me dijo «qué pena ser analfabetos».

Seguro que podría haber sido cualquier cosa que se hubiera propuesto en otras circunstancias más favorables. Tiene una memoria prodigiosa, aún recuerda los nombres y apellidos de los que sirvieron con él en la mili, y también de las fechas de cualquier persona que haya muerto. A lo mejor no así de las fechas en las que nosotros nacimos, o sí, si es que coincidió que ese día murió alguien. Es su forma de ver la vida.

Nunca nos ha dicho te quiero, porque no lo ve necesario, porque ya lo ha demostrado con una vida de trabajo y sacrificio. 

Nunca me ha dicho que esté orgulloso de mí, pero yo estoy segura de que lo está. Y aunque en algunos momentos me costara entenderlo, la vida a veces es maravillosa y pone todo en su sitio. Y aunque le haya costado años, el otro día cuando cumplía 80 y mis hijos lo llamaron para felicitarle,  al escucharlos yo le noté la voz cortada. Y mi hermana también me dijo que lo notó emocionado cuando lo felicitó. Nunca es tarde para mostrar las emociones, para demostrar lo que de verdad importa. Porque hoy hemos ido toda la familia a comer para celebrar sus ochenta años. Ha sido una sorpresa, y él no paraba de repetir «cómo me habéis engañado», cuando estoy segura de que lo que en realidad quería decir es «gracias por este día, estar todos juntos es el mejor regalo».