jueves, 14 de septiembre de 2017

Intentando trabajar y criar a mis hijos



Tienes hijos porque el instinto maternal llama a tu puerta, siempre quisiste ser madre y crees que ha llegado tu momento. Las dudas acechan a causa de la inestabilidad laboral y de un horario imposible. Te planteas una hipotética reducción de jornada en el futuro que te mermará aún más tu ya bastante mermado salario. Pero tampoco te imaginas que te vas a topar con tantas trabas. 

Así que le echas valor y sin pensarlo demasiado vas a por ello porque es lo que deseas. Trabajas hasta la semana treinta y dos, incluso te pediste el alta voluntaria cuando el ginecólogo te aconsejó darte de baja por aquel sangrado en la semana veinte. Con tu dichosa jornada partida, tan arraigada en nuestro país, con tu agudo olfato de embarazada calentándote tu tupper en ese microondas que exhala una mezcla de olores de los que se calentaron antes que el tuyo.

Al fin eres mamá, “disfrutas” de tus dieciséis semanas de permiso por maternidad, juntas tus vacaciones para aprovechar al máximo la lactancia materna exclusiva y cuando tu bebé tiene apenas cinco meses te incorporas con esa inseguridad, el sentimiento contradictorio al echarlo de menos pero con la satisfacción de volver a tu trabajo y al mismo tiempo la culpa por ello. Mezcla de sensaciones.

Las dudas sobre si tendría que adelantar el destete cuando deseaba tanto continuar con la lactancia, anticipar a los cuatro meses y medio la introducción de otros alimentos cuando a él le iba tan bien tomando sólo leche materna. Nueve horas en la oficina, más una de ida y otra de vuelta, once horas en total alejada del bebé, con lo que conllevaba para los pechos. Te escapas unos minutos al baño con el sacaleches, pero sin condiciones muy favorables ni de higiene, ni de intimidad, ni de tiempo… Todo facilidades. 

Aunque hubo algunos días malos, afortunadamente tanto los pechos como Mateo se adaptaron a la nueva situación y pudimos continuar con la lactancia materna sin problema. 

Las dudas (y las ganas) de reducirte la jornada te asaltan, pero haciendo cuentas no compensa. De todas formas, no dio tiempo a más, un día cualquiera te llaman de RRHH y ahí se acaba. De forma poco transparente, un informe de una valoración que alguien me tenía que dar, y que nadie reconoció haberme dado. Una de mis jefas inmediatas acababa de dar a luz, intenté hablar con ella, buscar un motivo y sólo encontré que me dejara con la palabra en la boca. Gente con la que hasta el día anterior tenías buena relación te da la espalda. Y yo era la misma persona curranta, preocupada por sacar el trabajo adelante y hacerlo bien.

Te ves en casa y el mundo se te viene encima. Vives esa injusticia y te sientes tan impotente que cuesta sacar el lado positivo que era estar más tiempo con el niño. Pero no eran tus planes.

En apenas veinte días estaba en un nuevo trabajo, dando clases de inglés en horario de tarde, pero pudiendo compatibilizar con los horarios del papá. En momentos de bajón, pienso qué trabajos hay que sean compatibles con ser madre y encargarte de tus hijos.

Cuando acabé la universidad me puse a trabajar en lo que me fue saliendo, había que trabajar. La situación parecía no ser tan difícil en aquellos momentos y nos habían vendido que con estudios e idiomas llegaríamos a donde quisiéramos. 

Este último trabajo era temporal, duraba lo que el curso escolar. En una reunión que tuvimos en junio me comunicaron que contaban conmigo en septiembre para el siguiente curso. Yo estaba embarazada y se lo hice saber. No tuve más noticias hasta un Whatsapp de mi coordinador la noche anterior a que empezaran las clases: “No contamos contigo para este curso. Gracias una vez más por el trabajo realizado”. Más adelante he vuelto a trabajar para la misma empresa con contratos temporales.

Por ese trabajo yo me había perdido la primera fiesta de la guardería. Nos pusieron una reunión por la mañana, fuera de mi horario de trabajo, yo llevaba poco tiempo y fui incapaz de decir que no iba. No es que fuera una gran actuación, Mateo tenía sólo diez meses, pero era su fiesta, tocaba su pandereta y sonreía, y su mamá se lo perdió.

Hace ya casi un año, yo había firmado el contrato para empezar un lunes con la mala suerte de que el sábado anterior fuimos un rato a la feria de mi ciudad, hubo una explosión por una deflagración de gas en un local y mi hijo, con solo tres años, resultó herido. Lo operaron de urgencias y estuvo ingresado durante casi una semana. 

Avisé a la empresa de lo ocurrido y que no podría incorporarme en unos días. No me separé de Mateo ni un momento. Vivimos una situación traumática y fueron unos momentos duros. Hasta unas semanas después cuando recibí un informe de vida laboral no me enteré de que no sólo no me habían dado de alta, sino que lo hicieron varios días después de que yo me incorporase. Teniendo mi contrato firmado de antemano y habiendo sufrido esa experiencia, a esa persona no se le ocurrió otra cosa que no darme de alta, una mujer, madre y embarazada en aquellos momentos. Quizás en otro momento no me habría hecho tanto daño, pero fue una experiencia tan dura que tal vez eso hizo que me doliera más, era como encima que le ha pasado eso a tu hijo pues no te doy de alta y mandamos a tomar viento tu contrato que ya estaba firmado por ahorrarme de pagarte cuatro días, no sé, o a lo mejor yo soy muy susceptible, pero es como me sentí.

Esta es, grosso modo, mi experiencia. Un ejemplo de lo difícil que nos lo ponen a las madres. Por si alguien piensa que me quejo, lo seguiré haciendo cada vez que me pongan un escollo que me impida trabajar y dedicarme a lo que más quiero en mi vida que son mis niños. Porque quiero trabajar pero también quiero criar a mis hijos.