miércoles, 16 de diciembre de 2020

La estrella de cuatro puntas

 

    Al llegar el mes de diciembre, en el mercado navideño de Villancejo, como cada año, se vendía todo tipo de decoración para que en los hogares del pueblo no faltara un detalle que llenara de magia e ilusión la navidad.

            En este mercado había puestos de árboles, guirnaldas, bolas decoradas, figuritas para el belén y un sinfín de adornos más. Había también un puesto en el que una anciana comerciante vendía las estrellas para los árboles. Y vendía tantas que cada navidad siempre tenía que reponer más y más.

            Sin embargo, en el viejo puesto, una estrella permanecía desde hacía mucho tiempo sin que ningún cliente la escogiera para adornar su árbol. Se trataba de Asteria, una estrella de solo cuatro puntas, demasiado grande para cualquier árbol de tamaño normal y también un poco destartalada. Año tras año, había visto como todas sus compañeras eran escogidas por niños o mayores para adornar sus árboles mientras ella pasaba desapercibida. A veces, algún niño la cogía, y ella se ilusionaba, para después decepcionarse cuando los oía comentar:

            - ¡Vaya estrella fea!

            - ¡Es demasiado grande!  

            - ¡Pero si es hasta deforme! Además, ¿a quién podría gustarle una estrella de solo cuatro puntas? Ja ja ja.

               Entonces la soltaban otra vez, y Asteria se ponía muy triste. Pero la estrella de cuatro puntas nunca perdió la ilusión de decorar algún día, en algún hogar, un precioso árbol de navidad.

            Estas fiestas, como otras, Asteria había visto como los clientes del puesto  elegían a las estrellas de cinco y seis puntas que la acompañaban quedando ella siempre ahí, sintiéndose invisible en el fondo de la caja.      

            El mismo día de Nochebuena, Asteria sabía que ya todo el mundo tendría sus árboles adornados y no le quedaban esperanzas de que alguien fuese a comprar al mercadillo. La pobre estrella se imaginaba un año más de espera, sin saborear lo gratificante que habría de ser estar en lo más alto de un árbol navideño.

    Cuando la señora comerciante daba por terminadas sus ventas de ese año, el alcalde de Villancejo llegó al mercadillo buscando desesperadamente estrellas de navidad. Asteria oyó como el alcalde le decía a la dueña del puesto que necesitaba una estrella especial para adornar un gran árbol que habían montado en la plaza central. Las compañeras de Asteria, todas estrellas de cinco y seis puntas, se pusieron contentas y expectantes para ver a cuál de ellas elegía:

        - ¿Seré yo? Se preguntaba una estrella de cinco puntas muy presumida.

        ¡Estoy segura de que me elegirá a mí! Exclamó una orgullosa estrella de seis puntas.

            Mientras tanto, el alcalde buscaba entre las estrellas. Cogía unas y otras y no le convencían, mientras le comentaba a la anciana comerciante que la estrella que él buscaba para la plaza central del pueblo debía ser única. Aunque estaba casi oculta entre el resto de estrellas, uno de los picos de Asteria sobresalía, y entonces el alcalde la cogió.

La comerciante se excusó diciéndole que esa estrella era un poco desproporcionada. Pero, cuál fue su sorpresa cuando el alcalde le contestó: 

Es perfecta, esta estrella es justo lo que estaba buscando.

            Sus compañeras vieron con asombro como el alcalde elegía la estrella de cuatro puntas para el árbol más importante de todo el pueblo. Y Asteria no se lo podía creer: por fin alguien la quería a ella, además no para un árbol cualquiera sino para el más grande y bonito de Villancejo.

               Durante años, la estrella de cuatro puntas brillaría cada navidad iluminando ese árbol que tanta gente visitaba. Aunque Asteria pensaba que no encajaba porque era diferente a las demás, entendió que al final cada uno tiene su lugar en el mundo, un lugar donde te quieran por como eres, única y diferente, y que si no le gustas a todo el mundo, siempre habrá alguien que sepa ver lo que otros no vieron, y te valoren por lo que eres, precisamente por eso que te hace diferente.    
   

 

domingo, 13 de septiembre de 2020

En el nombre de la madre

    Hace poco mi hijo Nacho me preguntó si siempre había querido tener hijos y la respuesta es que sí, es algo que incluso desde pequeña tenía claro: quería ser mamá. De alguna forma, el instinto maternal siempre había estado en mí. Lo sentía como una forma de dar todo el cariño que sabía que podría dar, de cuidar, ayudar, en definitiva, amar. Nacho también me preguntó cómo quería que fueran mis hijos, y no puedo imaginármelos de otra manera que como son. Mateo y Nacho, sois exactamente como yo quería que fuéseis.

            Y aunque tener un tercero está descartado (sólo cambiaría de opinión si en un breve plazo me toca un euromillón), el instinto ha seguido ahí después de tenerlos a ellos; ese instinto maravilloso de dar vida, de amamantar, de criar, de forma muy especial cuando son bebés tan pequeños que tienes que estar ahí para cubrir todas sus necesidades, que dependen tanto de ti. Y cuando van creciendo, cómo se van formando como personitas, cómo van creando su propia personalidad, y aun te siguen necesitando tanto… No creo que haya nada más bonito. Al menos para mí es lo mejor que he vivido. Es lo que le da sentido a todos los sinsentidos de este mundo, de mi mundo.

            El instinto aún se despierta cuando veo una barriga de embarazada y me da hasta un poco de envidia. Aunque parezca egoísta, cuando está ahí dentro es más tuyo. O cuando veo una mamá dando el pecho, y fue duro por momentos, pero después de traerlos al mundo lo mejor que me ha pasado es darles de mamar.  Cuando te busca, cuando te mira mientras está enganchado, esa complicidad no creo que sea comparable con nada.

            El instinto se tiene o no se tiene. Lo cierto es que yo lo tengo aunque sepa que no voy a tener más hijos; de pronto, algunos días es como que aún la remota posibilidad sigue ahí, como cuando veo a Pilar Rubio que ya va por cuatro. Luego me acuerdo de que ellos son multimillonarios y tienen una tribu contratada que les ayudan, y también me acuerdo de los años sin dormir… y se me pasa.

            Pero el hecho de poder dar vida, esa capacidad que como mujeres tenemos, es tan maravilloso, que puedo llegar a pensar que soy egoísta por no hacerlo una vez más. No es cuestión de que no esté contenta con lo que tengo, como alguna vez he oído comentar «las personas nunca están satisfechas y tienen más hijos para ver si así están más felices». Para mí no es así, mis dos hijos ya me hacen super feliz, y a pesar de que ser padres de nuevo lo hayamos descartado y sea una decisión definitiva, ese instinto aún a veces florece y eso es algo que no puedo controlar.

            Por algún motivo, cuando te quedas embarazada, sobre todo del primero, todo el mundo en tu entorno parece ser un experto, todo el mundo opina, te dan consejos que normalmente no has pedido. Nadie te enseña a ser madre, hay momentos complicados, sobre todo las dudas y pensar que no lo estás haciendo bien. Quieres tanto a esa personita que intentas hacerlo lo mejor posible y a veces sientes que no llegas y es cuando aparece la culpabilidad, piensas que eres una madre horrible… no sé si a todas las madres les pasa, pero a mí en ocasiones me ha pasado (y lo sé, aún debe de ser pan comido comparado con la temida etapa adolescente).

            Esos pensamientos aparecen a veces, porque todos tenemos un mal día en el que nada sale bien. Pero sólo el hecho de que te lo plantees dice mucho: quieres hacerlo lo mejor posible y te preocupas, y eso ya es bastante. Al final lo que más te ayuda es tu propio instinto, hacer lo que crees que es mejor para tu hijo, y cuando se hace con tanto amor, ¿cómo va a estar mal? O al menos es lo que quiero pensar.

            Ahora que ya están creciendo, a mí me ayuda recordar cómo me sentía en momentos y situaciones de mi infancia y eso creo que me facilita empatizar con mis hijos, ponerme en su lugar, intentar saber cómo se sienten y pensar cómo me habría gustado que actuaran conmigo si hubiera estado en su lugar en esa situación.

            De mis dudas, mis miedos e inseguridades surgieron mis ganas de aprender más sobre crianza, educación emocional y educación en valores. También, el origen de apartarles de estereotipos que no les dejan ser libremente lo que quieran ser, mi convencimiento de que una infancia feliz y una buena autoestima serán los cimientos básicos que les harán poder con todo, que sean buenas personas y felices, que es en definitiva de lo que se trata vivir.

            De todo esto surge un poco la idea ésta de expresar y compartir algunas experiencias y sensaciones en este blog donde me desahogo, y a veces hasta me desfogo en el nombre de la madre; soy sólo una madre más, preocupada por si lo estará haciendo bien, esforzándose un poco por  mejorar y ser un buen espejo donde ellos se reflejen.

 


 

martes, 8 de septiembre de 2020

Los juguetes son de todos

            La mamá de Mateo y Nacho les había prometido un juguete a sus hijos, así que una mañana se pasaron por la tienda de juguetes de su barrio para comprarlos.

            Estaban nerviosos pensando en su nuevo juguete. Nacho estaba más ansioso aún si cabía, pues aún no había decidido qué elegir, lo haría sobre la marcha una vez dentro de la juguetería. Mateo, en cambio, tenía bastante claro el juguete que quería, según le había dicho a su mamá, lo había visto en un anuncio y ya estaba deseando tenerlo y se imaginaba jugando con él.

            Una vez entraron en la juguetería, los dos hermanos empezaron a mirar con ilusión los juguetes, Nacho dilucidando cuál elegiría y Mateo buscando ese que había visto anunciar y que tanto deseaba. Después de dar varias vueltas, Nacho eligió un pirata con su barco, le dijo a su mamá con una sonrisa:

                       - ¡Este es el que más me gusta! Justo lo que quería, mami.

            Mateo, sin embargo, seguía sin dar con su deseado juguete. Su mamá desconocía qué era exactamente lo que su hijo quería, así que le pidió que le explicara. 

              - Es una cajita pequeña con un bebé llorón y algunos accesorios. 

          Con esa explicación, la mamá de Mateo le ayudó a buscar, pero aun así no hubo manera de encontrar el juguete.

            Entonces la mamá tuvo una idea: 

          Mateo, por qué no se lo pides a la dependienta. Seguro que te podrá ayudar. Le explicas lo que buscas y ella sabrá dónde está.

            Pero Mateo era un niño bastante tímido y su madre lo sabía. Por esa misma razón ella le pedía que fuera él quien se dirigiera a la dependienta para preguntar, puesto que su madre estaba segura de que así le ayudaría a perder poco a poco su timidez.

            Mateo empezó a agobiarse un poco y a sentirse incómodo. 

                            Me quieres contar por qué no quieres hablarle a la señorita, ella nos podrá ayudar, ¿no estás deseando encontrar ese juguete? - Le dijo la mamá a Mateo. 

                -   Claro que sí, mami, pero es que… me da vergüenza. 

              -  Entiendo que te pueda dar un poco de vergüenza porque no la conoces, pero es algo normal preguntar a los dependientes, ayudarte forma parte de su trabajo. Además, yo estaré a tu lado - replicó la mamá, tratando de restarle importancia.

            Aunque le costó un poco, finalmente las ganas de conseguir por fin su bebé llorón fueron más fuertes y se decidió a preguntar.

            Una vez lo hizo, la dependienta le contestó que el juguete que buscaba no estaba allí porque ellos estaban en la sección de chicos, y ese juguete estaba en la de chicas.

            Y es que la mamá y sus dos pequeños no se habían fijado al entrar que lo habían hecho por una puerta en la que ponía niños y al lado había otra puerta en la que un cartelito indicaba que era para niñas, igual que cuando vamos al baño en un lugar público. Ellos habían elegido esa puerta sin darle mayor importancia, pero lo cierto es que en la juguetería los juguetes están divididos entre niños y niñas.

            Así pues, Mateo, Nacho y su mamá no eran conscientes de que el juguete que querían tenían que encontrarlo por la otra puerta. Los hermanos se quedaron pensando e imaginaron que igual que no pueden entrar en un baño para chicas, ¿cómo iban a hacer para entrar por esa puerta donde se encontraban los juguetes de niñas si ellos eran dos niños?

            Fue entonces cuando Nacho tuvo una genial idea:

             Mateo, ya sé lo que puedes hacer. Dile a la señora que el juguete que buscas es para regalárselo a una amiga.

            Así lo hicieron y finalmente Mateo pudo salir de la tienda con su juguete, aunque eso sí, fingiendo que no era para sí mismo, sino para una amiga.

            Una vez llegaron a casa, Nacho abrió su cajita y empezó a jugar con el pirata y su barco que su mamá le ayudó a montar. Al mismo tiempo, Mateo abría ilusionado su cajita para descubrir a su pequeño bebé llorón y los accesorios que le acompañaban: traía un chupete, un biberón, ¡qué divertido! Pero lo que más le gustó fue su pelo brillante como si tuviera purpurina. Además le sorprendió ver que el bebé tenía un botón en forma de corazón.

            Esa noche Mateo durmió abrazado a su bebé. Cuando pulsó el corazón, el bebé dijo: «pide un deseo». Mateo en primer lugar se sorprendió, pero enseguida pidió con todas sus fuerzas su deseo: que en la tienda de juguetes no estuviera dividida entre juguetes para niños y niñas, y que ya nunca tuviera que fingir que el juguete que compraba no era para él. Aunque alguna vez había visto que alguien se reía o lo señalaba si tenía una muñeca o un carro de bebé, sus papás siempre le habían dicho que no hiciera caso, que los juguetes son de todos, solamente cada niño o niña puede elegir con los que más le gusta jugar.

            A la mañana siguiente, Mateo y Nacho fueron a dar un paseo y pasaron por el escaparate de la juguetería donde habían comprado el día anterior. Curiosamente, la juguetería tenía una sola puerta y cuando se fijaron un poco más, los hermanos vieron que los juguetes estaban mezclados: coches y muñecas, superhéroes y bebés, carritos y balones ya no estaban divididos en diferentes secciones. Los pequeños pudieron oír una conversación en la que los trabajadores de la juguetería no tenían explicación para ese cambio. Según decían, un misterioso terremoto debía de haber sucedido la noche anterior para que eso fuese posible. Y también pensaron que volver a recolocar todos los juguetes era demasiado trabajoso y que la tienda lucía mucho más bonita así.

            Mateo miró a su bebé y sonrió. Su deseo de que los juguetes sean de todos, se había cumplido. 

                                                            Fin.

 

        Una vez más me he inventado un cuento inspirándome en mis niños. No lo digo a menudo, pero me da vergüenza publicar las cositas que escribo aunque también me reconforta que le pueda gustar a alguien y eso me anima a seguir haciéndolo. No tengo mucha imaginación, sólo escribo lo que siento y esta vez podría decir que, aparte de una pequeña pincelada de fantasía, absolutamente imprescindible en un cuento para niños, está basado en hechos reales y con algunas frases literales de ellos, como cuando a Mateo le da vergüenza pedir en la juguetería un bebé llorón y su hermanito le da la idea de que diga que es para una amiga. Se pelean a veces, pero también tienen esa complicidad, se intentan ayudar y se dan soluciones el uno al otro. Y eso me hace estar muy orgullosa de ellos.

            Pues bien, fuimos a comprar esos juguetes y en la juguetería, como todos sabemos,  ya no dan bolsa. Entonces le dije a cada uno que llevara su juguete en la mano, pero Mateo me pidió una sudadera que llevaba en mi mochila para envolver así su juguete y que no lo viesen con él por la calle.

            Y para Reyes quería una LOL, (para quien no esté puesto en estos temas infantiles, es una pequeña muñeca sorpresa que viene dentro de una bola cuyo precio es bastante desorbitado en comparación con el tamaño de la muñeca, dicho sea de paso). Pero como la carta a los Reyes Magos la tenía que llevar al cole para entregársela allí al cartero real, y ante la duda y el miedo de que la leyeran en clase, no lo escribió en su carta y me pidió a mí que lo escribiera en la mía. Así lo hice y los Reyes Magos, por supuesto, se la trajeron.

            Afortunadamente, Mateo no tiene ningún trauma con eso, los Reyes le traen lo que pide, tiene siete años y siempre cae algún peluche porque le fascinan, y cuando alguna vez le podemos comprar algún juguete, el único límite es que no sea algo demasiado caro, tiene que entrar dentro del presupuesto que estipulemos en ese momento, pero no por otra razón. Los intentamos educar tanto en igualdad como en emociones; desde muy pequeños, son aspectos que considero prioritarios en su educación.

            En casa no tienen problema, pero como he dicho alguna vez, reciben otros estímulos o prejuicios de fuera que nosotros no podemos evitar porque no viven en una burbuja. Y esos pensamientos obsoletos para mí, siguen muy presentes por desgracia en la sociedad y los niños lo captan todo.

            Yo creo que cumplo mi parte (al menos pongo todo mi empeño en ello) que es que se sientan libres desde pequeños, que jueguen a lo que les guste, siempre intentando evitar la violencia. Los juguetes favoritos de Nacho son su cocinita y sus bebés, y él no tiene ningún problema en decirlo y reconocerlo delante de quien sea, porque para él es normal. También juega a los Playmobil, a ser bombero, a la pelota, a las espadas y desde hace un tiempo me está pidiendo una pistola aunque de momento me resisto porque no me hace mucha gracia, aunque para él es jugar a ser policía y disparar a los malos, quizás con menos connotaciones negativas de las que yo a lo mejor le veo.

            Mateo, en cambio, en lo que se refiere a jugar con sus bebés o su princesa, prefiere hacerlo en casa y cuando no le puedan ver. Es su decisión, yo solo le explico que no tiene nada de malo, que los juguetes son de todos los niños y queremos que lo tenga claro, y creo que él lo sabe, pero se siente mejor así, y lo respetamos.

            Relacionado con este cuento, si hablamos en concreto de los juguetes y de las jugueterías, algo se está avanzando, pero aún hay mucho por hacer para acabar con los estereotipos tradicionales.

            Ojalá menos prejuicios y menos etiquetas. Ojalá un mundo más libre desde que son pequeños. Ojalá no tener que fingir nada. Ojalá Mateo no tuviera que tener ese sentimiento como si estuviera haciendo algo que no es lo «normal» o se fueran a reír de él, siendo solo un niño que quiere jugar. Ojalá más niños jugando con bebés, con cocinitas, con planchas, para familiarizarse con este tipo de actividades del cuidado de la casa y avanzar en igualdad en ese sentido y en todos.