viernes, 28 de diciembre de 2018

Educando en emociones


               Que la educación de los niños tiene que empezar en casa, sobre todo por parte de los padres que somos sus ejemplos más inmediatos es algo que ya todo el mundo sabe o debería saber. Del mismo modo que sabemos que  nuestros hijos no van a la escuela sólo a aprender las materias tradicionales, que son una parte necesaria e imprescindible para su formación, sino que también allí aprenden valores indispensables para su vida de cara al futuro como adultos, pero también en su presente, durante la infancia y la adolescencia.

            Últimamente cada vez oímos más hablar sobre la importancia de la educación emocional, que también debe empezar en casa, ayudando a los pequeños a conocer sus emociones, a expresarlas y no reprimirlas, a regularlas o controlarlas, pero con respeto, aceptando que las emociones están ahí, son necesarias, forman parte de la vida y no hay que negarlas porque hacerlo tendrá consecuencias negativas. 

            Después de todo, se trata de conocer las emociones, identificarlas y saber por qué nos sentimos de determinada manera, qué nos ha provocado sentirnos así, para conocernos a nosotros mismos, para mejorar en el futuro en situaciones parecidas. Y esto debe empezar también en casa, siendo los padres el ejemplo a seguir, por mucho que les digamos a los niños que se calmen ante una situación no lo van a hacer si nosotros mismos no nos calmamos. Los padres somos el espejo en el que se miran, y si ya no lo hacemos por nosotros mismos, sería bueno hacerlo por ellos.

            Se trata también de que si estamos mal podamos decirlo con naturalidad, no ocultarlo o verlo como algo malo. Hablar sobre ello, expresar con palabras cómo nos sentimos, ayudar a los pequeños a que lo expresen es un gran paso. Dejarlos que lloren, que los niños sí lloran, todos lloramos, los adultos también, a veces a escondidas pero creo que no tenemos que tener miedo de que nos vean llorar, porque es normalizar algo que a veces hacemos, simplemente porque estamos tristes, nos ha pasado algo y con ello les hacemos ver a los niños que es algo normal. 

            Con estas premisas, ya les estamos ayudando a evitar más adelante posibles frustraciones o depresiones, u otras situaciones que les puedan llevar a conductas antisociales en la adolescencia, a caer en problemas de drogas, vandalismo… No quiero parecer derrotista, pero son situaciones que se ven a menudo por desgracia  en los institutos por la falta de motivación, de confianza, la baja autoestima, o problemas que van más allá como el acoso escolar y que desencadenan a corto o largo plazo en personas violentas o inadaptadas que no saben vivir en sociedad.

            Educando en emociones, estamos ayudando a que se conviertan en personas resilientes, asertivas, empáticas, tolerantes; características que son imprescindibles para tener una vida sana emocionalmente, que también tiene mucho que ver con valores como la igualdad, la solidaridad, la justicia, que alejen de la sociedad actitudes como la discriminación, la desigualdad de género o, más concretamente, la violencia machista. 

            Yo siempre digo que al final lo importante siempre son las personas: convivimos con iguales en nuestro día a día, en nuestras familias, en el trabajo, hasta en la comunidad de vecinos… ser capaz de convivir en sociedad es algo que también se aprende. 

            La labor de los docentes es especialmente importante y necesaria cuando sus alumnos no tienen en casa esos ejemplos por parte de sus familias, ahí toda la esperanza recae en la escuela. Los maestros y profesores tienen un reto difícil a la vez que fascinante: al estar tanto tiempo en contacto con los jóvenes tienen la capacidad de enseñarles valores y dejar huella en sus vidas. Como digo, esta función es especialmente necesaria cuando existe esa carencia de la transmisión de valores por parte de la familia, pues ahí la función del profesorado adquiere mayor relevancia. Dentro del proceso de formación, no solo se enseñan conocimientos teóricos sino que se les puede ayudar a afrontar las dificultades con las que pueden topar y hacerles ver que pueden lograr lo que se propongan y que lo harán y serán personas felices aunque en ocasiones no parezca fácil conseguirlo.  

            En definitiva, se trata de inculcar a los más jóvenes no solo conocimientos, sino confianza, que tengan una buena autoestima, que luchen por tener la vida que desean. ¡Hay tantas cosas que se aprenden en la escuela que nunca se llevan a la práctica! Yo jamás he necesitado hacer una raíz cuadrada fuera del contexto escolar. Que no digo que no las aprendan ni mucho menos, pero debe haber sitio para todo y que la educación emocional tenga su lugar y no quede relegada a un segundo o tercer plano, porque la competencia emocional sí que la vamos a necesitar todos sí o sí a lo largo de nuestras vidas y muchas veces.

            Leo lo que estoy escribiendo, y parece utópico, pero es algo en lo que creo…  Si se naturaliza y se le concede la importancia que tiene a la educación emocional, a lo largo de los años, desembocará en una sociedad más sana emocionalmente, y viendo el mundo en el que vivimos, sería algo extraordinario.  


jueves, 20 de diciembre de 2018

No quiero hacerme grande



        Hemos estado en las atracciones de la feria que ponen por navidad. Nacho, la última vez que se subió en los coches de choque, hace como un par de meses en alguna feria, aún lo hacía como acompañante de su hermano. Hoy ha querido subirse solo, y no sólo lo ha hecho, sino que lo ha conducido sin problema. Pequeños detalles con los que veo que se me hace grande.  En algún momento, cada vez más cercano, dejará de necesitarme tanto. Y alguna noche dejará de buscarme, entre sueños, para darme un beso espontáneo o decirme «mami, abrázame». 

            Y no quiero que se acaben los mejores años de mi vida, estos años desde que os tengo, no quiero que os hagáis grandes, al menos no tan rápido. Es la paradoja de esa alegría inmensa de veros crecer y la tristeza de saber que estos momentos no volverán. Y no quiero parecer  y, mucho menos, ser, de ese tipo de madre egoísta que quiere a sus hijos bajo su propiedad, más bien quiero que voléis y viváis vuestras vidas, pero es innegable que hay momentos que no se repetirán, y no quiero ni pensarlo, pero la realidad es que lo pienso a menudo.

            Nacho, tan zalamero que me dices cuando ya estoy con el pijama puesto y mi moño de loca, sentada en el baño antes de irnos a dormir «pero mami, ¿cómo eres tan guapísima?», y juegas con tu vocabulario para decirme que estás supercansaíto cuando quieres que te coja o que quieres que te prepare un colacaíto; de las pocas veces que me pongo un vestido y me dices que parezco una princesa, o como conjugas los géneros y me dices «mami, yo soy tu novia». 

            Desde que naciste fuiste una luz en mi vida, la luz de tus ojos es la luz de mi vida. Desde que te traje al mundo, te saqué de mí con mis propias manos, ese momento indescriptible… siempre lo he dicho que contigo hice un buen trato: te di la vida una vez y tú a cambio me la das cada día. Por supuesto que salí ganando. 

            Hazte grande, pero sé siempre como eres ahora. Ojalá nunca dejes de tener las ideas tan claras, porque aunque me has dicho que unas niñas se han reído de tu pandereta porque tiene forma de estrella, a ti te encanta y no quieres llevar otra. Parece que eres un miniyó pero solo por esa carita que tenemos tan parecida en las pocas fotos que tengo de cuando era como tú.

            Será que acabas de cumplir cuatro años y de repente te sientes súper mayor y quieres ser un niño grande cuando hace nada aún querías ser pequeño para que te mimara más. Será también la navidad que me hace estar más nostálgica pensando en tiempos pasados, en que no hace tanto yo era una niña también, pero de un tiempo a esta parte parece que los días, las semanas, los años vuelan… y viéndoos a vosotros crecer, nosotros crecemos también aunque de una forma diferente.

            Vivir la navidad con vosotros lo llena todo de ilusión: montar el árbol y el belén, las luces en las calles, escribir la carta a los Reyes y que Mateo pida en su carta una cajita de música para mamá porque le conté cuando vimos Ballerina que yo de pequeña quería tener una (eso sí, me aclaró que tendré que compartirla con él si sus Majestades me la traen).

            No quiero imaginarme mi vida aún sin esa bendita inocencia que os invade y me contagiáis. Porque a Mateo empezó a darle mucho miedo la muerte y desde que ha visto (no sé cuántas decenas de veces) la película Coco, sabe que papá y mamá nunca se van a ir del todo porque en casa hay fotos nuestras. 

            Porque no quiero que esta etapa pase todavía.

            Quiero poder elegir, y yo tampoco hacerme grande.
                         
             

viernes, 30 de noviembre de 2018

¿Un puzle para niño o para niña?


            Hace unos meses fui a comprar un puzle para Nacho en una tienda muy conocida aquí cerca de donde vivimos. Allí no están expuestos sino que hay que pedírselos a la dependienta y antes de enseñármelos me preguntó si era para un niño o una niña. Mi primera sensación fue un poco de «no entiendo la pregunta» y enseguida le contesté que cuál era la diferencia entre los de niño y los de niña, sin ninguna intención, simplemente, algo no me encajaba. Enseguida reaccioné, y claro, la diferencia era que si tiene colores pastel, o muchos colores, o florecillas, es para las niñas, y si tiene colores más oscuros, carece de flores, o es de coches o dinosaurios (por ejemplo) es de niño.
            Le dije a la dependienta que me enseñara varios independientemente de que fueran de niño o de niña, el único requisito es que tuviese sobre veinte piezas o, si iba por edad, para cuatro años. Creo que la mujer se sintió un poco ofendida, como si la estuviese atacando, aunque en ningún momento fue mi  intención; mi primera reacción fue casi instintiva por incredulidad. Cuando ya me estaba mostrando los puzles, se excusó contándome que solo me lo había dicho por no tener que dar muchas vueltas porque eran las madres quienes le pedían un puzle para niña (con colores vivos, con princesas con corona, sin coches, etc.) o para un niño (sin maripositas, y con cosas de machotes). Lo que pongo entre paréntesis es de mi cosecha, es lo que pienso que entienden por diferencia muchas personas para distinguir que un puzle sea de niño o de niña, porque disculpad mi torpeza, sigo sin verlo. 
            Hoy he estado comprando algunos cuentos para mis niños y me ha llamado la atención cuando he leído uno en el que ponía «cuentos para niños de ocho años». Lo he mirado y quería pensar que con «niños» se refería a nuestro plural genérico que incluye en español masculino y femenino. Le doy la vuelta y pone «cuentos para niños y niñas», pensé entonces que sería el lenguaje inclusivo tan extendido actualmente, pero no. No, porque ese desdoblamiento era para hacer una diferenciación entre los cuentos que esta editorial publica para niños, por un lado, y niñas, por otro. Increíble pero cierto.
             Juguemos a las adivinanzas, ¿de qué color eran los cuentos para niños y de qué color eran los cuentos para niñas? ¡Bingo! Azul para los niños y rosa para las niñas. Muy predecible, lo sé. ¿Qué cuentos eran para las niñas y cuáles para ellos? No necesita mucha aclaración, muy previsible también: cuentos de princesas para criar chicas indefensas y sumisas versus héroes valientes para criar machotes. No me gustan ni los unos ni los otros, pero en todo caso, los cuentos deberían ser para todos. 
            Me da la sensación de que damos  pasos atrás. Y me fastidia porque por  más que le  escribí  a Mateo el cuento  Los colores son de todos, el tiempo parece que juega en contra, cada vez son más influenciables por otros círculos que no somos sus padres, y ahora dice que no le gusta el rosa aunque yo sé que le encanta. También le gusta la purpurina, y quién ha dicho que la purpurina sea de las niñas, pero sé que le gustará hasta que alguien se ría y le diga que eso es de niñas. Y un niño de cinco o seis años no cree que la purpurina y el rosa sean de las niñas por sí solo, sino porque lo ha oído de alguien mayor. El rosa no es de las niñas, es de todos a los que les guste el rosa, y la purpurina también. 
            Antes de educar a los niños se debería educar a muchos padres, porque a lo mejor pensamos que son tonterías, que no es tan grave, y seguramente no lo es que en vez de pintar sus dibujos de rosa ahora los pinte de naranja, o de gris (pese a ser un color mucho más triste). Lo que pasa es que muchas veces no somos conscientes del poder de las palabras, hablamos sin darnos cuenta con constantes etiquetas y los niños lo captan todo. 
            Además está la realidad del día a día: en las actividades extraescolares de deporte la mayoría de alumnos son niños varones; las niñas van a ballet, a zumba, a bailes varios. Evidentemente cada uno elige lo que le gusta como actividad, no sé quién, si  los niños o los padres: sería genial que los niños sean los que elijan qué actividad quieren, siempre que los padres podamos, pero parece que ya desde pequeños hay actividades enfocadas a niñas y otras a niños, que no es así, o no debería serlo, pero la realidad es lo que demuestra.
            Con todo esto lo que quiero decir es que no me gusta que mi niño oculte que tiene una princesa con la que juega a veces a escondidas de la gente, aunque sus padres lo vean como algo absolutamente natural, porque por otros cauces él ha percibido que eso no es lo normal. Es un niño, ¡que juegue con lo que quiera!
            También, porque me fastidia que mientras sigamos repitiendo roles, etiquetando a niños, recreando los estereotipos machistas tradicionales, no vamos a avanzar a la igualdad que tanto necesitamos. A la igualdad solo se puede llegar a través de la educación, inculcándola desde pequeños. Y aunque muchos lo intentemos, si siguen recibiendo mensajes contradictorios por otras vías, porque no todos educan con esos  valores,  no podremos avanzar.

jueves, 29 de noviembre de 2018

Los niños sí lloran: un cuento para Nacho


     Nacho era un niño muy alegre, casi siempre sonreía. Era un niño feliz cuyos ojos brillaban con luz propia.
 
     Pero precisamente un día Nacho tenía los ojos brillantes y no era por la luz de siempre… Los ojos le brillaban porque tenía ganas de llorar. 
 
     Nacho estaba haciendo pucheros, aguantando las ganas de llorar porque unos niños traviesos le habían dicho que los niños no lloran, que llorar era cosa de niñas, y que era un bebé.
 
     El pobre Nacho quería estar con su mamá, la echaba mucho de menos. Su mamá era la persona a la que más quería y le apetecía mucho darle un abrazo muy muy fuerte. Pero después de que los otros niños se rieran de él, no sólo estaba triste, también estaba bastante enfadado. ¿Por qué se tendrían que reír de él? ¿Por qué no le dejaban tranquilo si tenía ganas de llorar? 
 
     Mientras estaba intentando contener sus lágrimas, notó que alguien se le acercaba. Nacho pensó quién estaría tratando de molestarle o reírse de él otra vez.
 
     ¿Pero qué era esa presencia tan extraña? Aunque sorprendentemente no sintió miedo, no pudo evitar sentirse extrañado; era como una especie de algodón gigante, parecía suave e inofensivo. Se le acercó un poco más y le preguntó a Nacho qué le pasaba. 
 
     Nacho estaba muy asombrado… y ese algodón suave le insistió:    
     - No tengas miedo, sólo quiero ayudarte. Si me cuentas lo que te pasa, seguro que podré hacerlo, se me da bien ayudar a los demás.
Nacho, aunque seguía extrañado, le preguntó:

-  ¿Quién eres tú?

 A lo que esa especie de algodón contestó:

  - Me llamo Cloudy y soy una nube. Me gusta bajar a la superficie a ayudar a los niños. Además, me divierte vivir nuevas aventuras. ¿Me vas a decir ahora qué te pasa?
     Nacho le contó lo que le pasaba: se había sentido mal y tenía ganas de llorar. Unos niños se habían reído de él y eso le había hecho enfurecer, y ahora tenía aún más ganas de llorar, incluso de gritar.
 
     Cloudy se quedó bastante sorprendida. Le parecía muy mal que se hubiesen reído de él por una cosa tan normal como es llorar, si todo el mundo llora. Sin embargo, la nubecita entendió bien a Nacho y le quiso ayudar.
 
    - No te preocupes Nacho, hay algunas personas que no saben ponerse en el lugar de los demás, pero es muy importante no hacer a los otros lo que no te gusta que te hagan a ti. Seguramente esos niños no lo saben. Yo te puedo entender perfectamente, así que escucha con atención lo que te voy a contar.
     Y Cloudy comenzó a hablar. Nacho la oía, entre impaciente e incrédulo.
 
En el Mundo de las Nubes, las nubes pequeñas siempre lo pasamos muy bien: cantamos canciones, jugamos a hacer formas para que otras nubes adivinen qué somos… ¡es muy divertido! Me lo paso genial y soy muy feliz. Pero también a veces me siento triste, y tengo ganas de llorar. ¿Sabías que cuando llueve es porque las nubes lloramos? Y después de descargar todas mis lágrimas, que son el agua de la lluvia, me siento mucho mejor, es como si empezara de nuevo. Y no pasa nada por llorar. Yo creo que todo el mundo llora, o casi todo el mundo, porque conozco a una señora allá arriba en el Mundo de las Nubes a la que nunca he visto llorar, y es curioso porque se llama doña Borrasca. Casi siempre está enfadada, y aunque nunca la he visto llorar, muchas veces la he visto gritar. Los gritos de las nubes son la tormenta. A mí no me gusta nada la tormenta; en realidad, me asusta”.
 
     Nacho no había dejado de escuchar la historia de la nube en ningún momento. Le gustaba lo que le estaba contando su nueva amiga, que continuó:
 
       - Por eso, si quieres llorar, llora, que seguro que después de llorar lo  verás todo de otra manera y te sentirás mejor; yo estoy segura de que todo el mundo llora alguna vez. – continuó Cloudy.
     - ¿También doña Borrasca?, - le preguntó Nacho.
     - También doña Borrasca. Incluso los niños que se han reído de ti por       llorar.
     Cloudy continuó: 
 
     - Sabes Nacho, no siempre nos sentimos igual. Las personas, y también las nubes, podemos sentir muchas emociones diferentes. Tú quieres mucho a tu mamá, eso se llama AMOR. Cuando tienes muchas ganas de verla y abrazarla, la echas de menos y sientes TRISTEZA. Cuando esos niños se han reído de ti, te ha parecido muy mal, te has puesto un poco nervioso, incluso furioso. ¡Es tan injusto que se rían de ti! Has sentido RABIA. Cuando escucho a doña Borrasca gritar, siento que algo malo va a pasar, tengo MIEDO.
     Nacho se quedó pensando, y creyó que Cloudy era una nube muy lista y sabía un montón de cosas. La verdad es que no pudo evitar que se le escaparan algunas lágrimas de sus brillosos ojos, pero después de eso, Nacho se sintió más tranquilo. 
 
     Nacho le dijo a Cloudy:
 
     - Después de hablar contigo estoy más tranquilo, ya no estoy tan triste ni enfadado. Entonces, ¿qué emoción siento?
     - CALMA, Nacho. Estás calmado cuando consigues controlar tu rabia. Es normal que estés triste por echar de menos a tu mamá a la que tanto quieres, pero piensa que más tarde la verás y podrás abrazarla fuerte, jugar con ella…
     Nacho sonrió.
      - Ya estoy deseando jugar con mi mamá. Lo pasamos muy bien. Jugar con ella es super guay.
       - ¿Y sabes cómo se llama esa emoción? Es la ALEGRÍA.
      - Pues cuando juego con mamá estoy alegre. ¡Mi mamá me sube a las nubes!
     - Hablando de subir a las nubes, ¡es un poco tarde!, ¡qué despiste! Me tengo que marchar. Pero antes de irme quiero recordarte que no debes sentir vergüenza por mostrar tus sentimientos, puedes llorar si es lo que te apetece porque te sientes triste. Pero, sobre todo, no te olvides de reír y ser feliz.
     Nacho se sintió mucho mejor con los consejos de Cloudy. No volvería a contener sus emociones, las emociones están para expresarlas. Le preguntó a la nubecita si volvería a verla. Ella le contestó:
 
     - ¡Claro que sí! Aunque casi siempre estoy en las nubes… Pero cuando quieras verme sólo tienes que mirar hacia arriba y buscarme. Jugaremos a hacer formas con las nubes, y haré formas de corazón para ti para que no olvides lo importante que son tus emociones.



jueves, 10 de mayo de 2018

Todo el mundo se equivoca y quien crea que no, se equivoca


Todos nos equivocamos y quién esté libre de equivocación que tire la primera piedra. 

Mis hijos se divierten mucho cuando me equivoco. Ellos deben de vernos a los padres como esos seres que todo lo saben: estamos siempre guiándoles, ordenándoles, diciéndoles cómo hacer las cosas, que el hecho de que nos equivoquemos les encanta. Además se regodean echándomelo en cara: «mami, te has equivocado, estás piripi» (utilizamos piripi en el sentido de «un poco loca»).

Y a mí, lejos de molestarme, me encanta. Me gusta que vean que es normal equivocarse, que todos nos equivocamos. Y que en ese simple gesto, ellos están aprendiendo una gran lección para la vida. 
 
Mientras parece que todo el mundo quiere llevar la razón, que nadie quiere dar su brazo a torcer y que aquí todos sabemos más que nadie, Mateo y Nacho ven a su mamá, la que todo lo sabe para ellos, cómo se equivoca a diario, muchas veces, y que no pasa nada. Porque cada error es una lección aprendida, porque quizás ya no tropezaré más veces con esa piedra (o tal vez sí); de los errores se aprende, y de que mis hijos me vean cometer errores y aceptarlos con humildad y seguir adelante también aprenden. 
 
He tenido errores garrafales como seguir estudiando una carrera que no me gustaba solo por el miedo al fracaso, o coger los primeros trabajos de mierda que me han salido por miedo a que me tildaran de vaga si decía que no a un trabajo, o hacer lo que otros esperaban que hiciera y no lo que realmente quería. He tenido errores al elegir a gente equivocada a veces, al pensar que era amistad cuando solo era interés, al ser demasiado confiada, al creer que todo el mundo es bueno, o al pensar que explicar los malentendidos vale de algo; o cuando he dado una opinión poco acertada porque algo dentro de mí me empujaba a hacerlo aún sin saber por qué. 
 
De todo se aprende y nunca es tarde, o tal vez sí para algunas cosas que ya nunca volverán a ser como antes.

Ante todo siempre hay que ser humilde, y dentro de lo difícil que es poner en práctica la educación en valores, con pequeños gestos como reconocer que nos equivocamos a diario, ya sea en chorradas o en temas un poco más graves que nos dan quebraderos de cabeza, podemos ser un ejemplo para los más pequeños. Que ellos vean que cuando uno se equivoca, se intenta buscar una solución, y que al final nos sobreponemos a todo y no que se te eche el resto encima para recordarte tu error, recriminarlo y ahondar en la llaga.

O eso creo.

Es como esa frase de yo no me arrepiento de nada. No me la creo. Yo me arrepiento de muchas cosas, que puede que cada error sirva para aprender y son parte de la vida, pero algunas cosas hubiera preferido nunca aprenderlas por error. 

Porque todo el mundo se equivoca, y quien crea que no, está muy equivocado.