No
saben el significado de la palabra confinamiento aunque lleven ya un mes
encerrados. Los primeros días cuando los llamaba me preguntaban incrédulos si
nosotros, al igual que ellos, tampoco salíamos a la calle: No, papá, esto es para todo el mundo.
Hace
unos años se vinieron a la ciudad, más
por deseo nuestro que suyo propio, huyendo de la soledad del campo donde
siempre vivieron y en busca de comodidades como tener cerca las tiendas o el
centro de salud.
Sus
hobbies son fuera de casa: mi padre
pasa sus mañanas en el paseo charlando con los amigos y sus tardes jugando la
partida de dominó en el hogar de los pensionistas. Mi madre por la mañana va a
gimnasia y hace sus mandados y por la tarde sale a andar con sus vecinas y, de vez en cuando, se toman
un cafelito.
No hace falta que me
llames todos los días, si nosotros estamos bien, me dice mi madre porque piensa que nos sube la factura de teléfono por llamarla más. Rara es la vez que hablo con ellos y se dirigen a mí por mi nombre sin mentar antes a mis
cuatro hermanas: Susi,
Toñi, Rocío, Mari, a ver si lo digo… Belén. Cada día cuando los llamo no se me ocurre más que darles ánimos, decirles que ya queda un día menos, y mi madre me contesta: no queda otra, pasensia.
No
tienen cultura pero sí más sabiduría que muchos y son de esa generación de
guardar para mañana; jamás tuvimos lujos, pero nunca nos faltó de nada tampoco.
El tabaque de mi madre siempre estaba lleno de retales y en el cajoncito de la
máquina de coser guardaba todos los botones para cuando le pudieran hacer
falta.
Eso
que a muchos nos parecía una tontería, ¿guardar para cuando vengan malos
tiempos? Ya no van a venir tiempos malos. Eso creíamos. También son de los de repartir
lo mejor a los demás, las naranjas más gordas, las mejores vituallas del huerto
y de las matanzas, siempre eran para darlas.
Cada
dos por tres se le queda el móvil negro,
ella piensa que se ha escacharrado y
simplemente es que se le ha quedado sin batería o lo ha apagado sin querer.
Difícilmente se acuerda del pin aunque probablemente sea 1111. Sin embargo,
cobrando la pensión mínima no contributiva siempre llega a fin de mes, no se le
pasa ni el regalo de cumpleaños de ninguno de sus nietos y bisnietos ni
nuestro aguilando en Navidad.
Cuánto
tenemos que agradecerles, cuánto que aprender de ellos. Y ahora son los más
afectados por ser los más vulnerables y porque la gente más joven tenemos mil
formas de entretenernos, miles de pelis y series que ver, libros que leer.
Ellos no leen porque apenas aprendieron a leer, escribir y a hacer cuentas. No tuvieron derecho a más
porque desde pequeños había que trabajar. Durante toda su vida es lo que han hecho,
trabajar en el campo como mulos y sacar la familia adelante.
Nunca
tuve miedo al virus por mí misma, ni siquiera por mis niños, tengo miedo por
ellos, no se lo merecen, después de tantos años de trabajo, sacrificios, verse amenazados
por esta situación en esta etapa de sus vidas.
Este
año no comeremos en su casa el viernes santo, como todos los años, potaje de
semana santa y tortillas de bacalao.
Aunque me digan que están bien yo sé que está siendo súper duro para ellos y que los días se les hacen interminables. Ellos, y todos los mayores que están encerrados
en sus casas, son mis héroes.