domingo, 13 de septiembre de 2020

En el nombre de la madre

    Hace poco mi hijo Nacho me preguntó si siempre había querido tener hijos y la respuesta es que sí, es algo que incluso desde pequeña tenía claro: quería ser mamá. De alguna forma, el instinto maternal siempre había estado en mí. Lo sentía como una forma de dar todo el cariño que sabía que podría dar, de cuidar, ayudar, en definitiva, amar. Nacho también me preguntó cómo quería que fueran mis hijos, y no puedo imaginármelos de otra manera que como son. Mateo y Nacho, sois exactamente como yo quería que fuéseis.

            Y aunque tener un tercero está descartado (sólo cambiaría de opinión si en un breve plazo me toca un euromillón), el instinto ha seguido ahí después de tenerlos a ellos; ese instinto maravilloso de dar vida, de amamantar, de criar, de forma muy especial cuando son bebés tan pequeños que tienes que estar ahí para cubrir todas sus necesidades, que dependen tanto de ti. Y cuando van creciendo, cómo se van formando como personitas, cómo van creando su propia personalidad, y aun te siguen necesitando tanto… No creo que haya nada más bonito. Al menos para mí es lo mejor que he vivido. Es lo que le da sentido a todos los sinsentidos de este mundo, de mi mundo.

            El instinto aún se despierta cuando veo una barriga de embarazada y me da hasta un poco de envidia. Aunque parezca egoísta, cuando está ahí dentro es más tuyo. O cuando veo una mamá dando el pecho, y fue duro por momentos, pero después de traerlos al mundo lo mejor que me ha pasado es darles de mamar.  Cuando te busca, cuando te mira mientras está enganchado, esa complicidad no creo que sea comparable con nada.

            El instinto se tiene o no se tiene. Lo cierto es que yo lo tengo aunque sepa que no voy a tener más hijos; de pronto, algunos días es como que aún la remota posibilidad sigue ahí, como cuando veo a Pilar Rubio que ya va por cuatro. Luego me acuerdo de que ellos son multimillonarios y tienen una tribu contratada que les ayudan, y también me acuerdo de los años sin dormir… y se me pasa.

            Pero el hecho de poder dar vida, esa capacidad que como mujeres tenemos, es tan maravilloso, que puedo llegar a pensar que soy egoísta por no hacerlo una vez más. No es cuestión de que no esté contenta con lo que tengo, como alguna vez he oído comentar «las personas nunca están satisfechas y tienen más hijos para ver si así están más felices». Para mí no es así, mis dos hijos ya me hacen super feliz, y a pesar de que ser padres de nuevo lo hayamos descartado y sea una decisión definitiva, ese instinto aún a veces florece y eso es algo que no puedo controlar.

            Por algún motivo, cuando te quedas embarazada, sobre todo del primero, todo el mundo en tu entorno parece ser un experto, todo el mundo opina, te dan consejos que normalmente no has pedido. Nadie te enseña a ser madre, hay momentos complicados, sobre todo las dudas y pensar que no lo estás haciendo bien. Quieres tanto a esa personita que intentas hacerlo lo mejor posible y a veces sientes que no llegas y es cuando aparece la culpabilidad, piensas que eres una madre horrible… no sé si a todas las madres les pasa, pero a mí en ocasiones me ha pasado (y lo sé, aún debe de ser pan comido comparado con la temida etapa adolescente).

            Esos pensamientos aparecen a veces, porque todos tenemos un mal día en el que nada sale bien. Pero sólo el hecho de que te lo plantees dice mucho: quieres hacerlo lo mejor posible y te preocupas, y eso ya es bastante. Al final lo que más te ayuda es tu propio instinto, hacer lo que crees que es mejor para tu hijo, y cuando se hace con tanto amor, ¿cómo va a estar mal? O al menos es lo que quiero pensar.

            Ahora que ya están creciendo, a mí me ayuda recordar cómo me sentía en momentos y situaciones de mi infancia y eso creo que me facilita empatizar con mis hijos, ponerme en su lugar, intentar saber cómo se sienten y pensar cómo me habría gustado que actuaran conmigo si hubiera estado en su lugar en esa situación.

            De mis dudas, mis miedos e inseguridades surgieron mis ganas de aprender más sobre crianza, educación emocional y educación en valores. También, el origen de apartarles de estereotipos que no les dejan ser libremente lo que quieran ser, mi convencimiento de que una infancia feliz y una buena autoestima serán los cimientos básicos que les harán poder con todo, que sean buenas personas y felices, que es en definitiva de lo que se trata vivir.

            De todo esto surge un poco la idea ésta de expresar y compartir algunas experiencias y sensaciones en este blog donde me desahogo, y a veces hasta me desfogo en el nombre de la madre; soy sólo una madre más, preocupada por si lo estará haciendo bien, esforzándose un poco por  mejorar y ser un buen espejo donde ellos se reflejen.

 


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario