Todos
nos equivocamos y quién esté libre de equivocación que tire la primera
piedra.
Mis hijos se divierten mucho cuando me equivoco. Ellos deben
de vernos a los padres como esos seres que todo lo saben: estamos
siempre guiándoles, ordenándoles, diciéndoles cómo hacer las
cosas, que el hecho de que nos equivoquemos les encanta. Además se
regodean echándomelo en cara: «mami, te has equivocado, estás
piripi» (utilizamos piripi en el sentido de «un poco loca»).
Y
a mí, lejos de molestarme, me encanta. Me gusta que vean que es
normal equivocarse, que todos nos equivocamos. Y que en ese simple
gesto, ellos están aprendiendo una gran lección para la vida.
Mientras
parece que todo el mundo quiere llevar la razón, que nadie quiere
dar su brazo a torcer y que aquí todos sabemos más que nadie, Mateo
y Nacho ven a su mamá, la que todo lo sabe para ellos, cómo se
equivoca a diario, muchas veces, y que no pasa nada. Porque cada
error es una lección aprendida, porque quizás ya no tropezaré más
veces con esa piedra (o tal vez sí); de los errores se aprende, y de
que mis hijos me vean cometer errores y aceptarlos con humildad y
seguir adelante también aprenden.
He
tenido errores garrafales como seguir estudiando una carrera que no
me gustaba solo por el miedo al fracaso, o coger los primeros
trabajos de mierda que me han salido por miedo a que me tildaran de
vaga si decía que no a un trabajo, o hacer lo que otros esperaban
que hiciera y no lo que realmente quería. He tenido errores al
elegir a gente equivocada a veces, al pensar que era amistad cuando
solo era interés, al ser demasiado confiada, al creer que todo el
mundo es bueno, o al pensar que explicar los malentendidos vale de
algo; o cuando he dado una opinión poco acertada porque algo dentro
de mí me empujaba a hacerlo aún sin saber por qué.
De
todo se aprende y nunca es tarde, o tal vez sí para algunas cosas
que ya nunca volverán a ser como antes.
Ante
todo siempre hay que ser humilde, y dentro de lo difícil que es
poner en práctica la educación en valores, con pequeños gestos
como reconocer que nos equivocamos a diario, ya sea en chorradas o en
temas un poco más graves que nos dan quebraderos de cabeza, podemos ser un
ejemplo para los más pequeños. Que ellos vean que cuando uno se equivoca, se intenta buscar una solución, y que al final nos sobreponemos a todo y no que se te eche el resto encima para recordarte tu error, recriminarlo y ahondar en la llaga.
O
eso creo.
Es como esa frase de yo no me arrepiento de nada. No me la creo. Yo me arrepiento de muchas cosas, que puede que cada error sirva para aprender y son parte de la vida, pero algunas cosas hubiera preferido nunca aprenderlas por error.
Porque
todo el mundo se equivoca, y quien crea que no, está muy equivocado.
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