martes, 23 de junio de 2020

Diferentemente iguales

Primera salida del confinamiento

           Ha terminado el estado de alarma y el confinamiento, aunque el virus sigue ahí. Pero volvemos un poco a nuestra vida, la vida de antes de estos tres meses. Si lo pienso, han pasado tan rápido que da miedo. Recuerdo como cada día llegaban los aplausos de las ocho sin darnos cuenta, un día más, un día menos.  

          Supongo que veo que ha pasado rápido ahora cuando miro atrás, sin embargo en esos momentos, especialmente los primeros días, las primeras semanas, no se veía el momento en que esa situación tan confusa e inusitada llegara a su fin. 

                Han sido días de mezcla de emociones, o como yo la llamo, una montaña rusa emocional. Incertidumbre, rabia, miedo, tristeza, probablemente en ese orden tanto desde el punto de vista cronológico como de intensidad. Incertidumbre por lo novedoso, por la sobreinformación/falta de información; rabia por echarte a perder tu vida como la tenías planificada, por romperte tus ilusiones inmediatas; miedo especialmente por mis padres, porque en esta etapa de su vida tuvieran que atravesar por esta situación tan desoladora, por ser personas de riesgo y temer que les pudiera tocar; y tristeza por todo,  calles vacías, noticias demasiado duras, un futuro indeterminado, etc. 

                Aunque también hubo hueco para la esperanza y el agradecimiento porque no me haya tocado de cerca, así como el sentir el cariño de personas importantes y darte cuenta de que los que de verdad importan, siempre siguen ahí. Que algunos llegan por un tiempo y se van, tenían su momento, su función en tu vida, seguro. O no.  Fue bonito mientras duró. O quizá, no. Pero hay quienes siempre están, y eso tiene un valor incalculable. Y se demuestra en los momentos menos divertidos/favorables, con un «cómo estás» que quiere decir me preocupo por ti, me importas, te quiero, o con un «todo va a estar bien», como escribíamos en nuestros arcoíris, que significa estoy ahí para lo que necesites, puedes contar conmigo.

                En algunos momentos, pensaba que me conformaría con poder ir por lo menos cuatro o cinco veces a la playa este verano, y lo cierto es que ya he ido tres, así que me considero afortunada. Sólo me falta comerme un espeto en un chiringuito, que era otro de los deseos recurrentes que tenía. ¿Los conciertos de la temporada? Ya serán, todo lo malo sea eso. El de Alejandro Sanz lo llevo esperando desde cuando la canción Mi soledad y yo, así que podré aguantar un año más. 

                Intento acordarme de todo lo que ha sido este confinamiento, y me arrepiento de no haber escrito una especie de diario, aunque también es verdad que no tenía ni ánimos para eso.

                Cuando estás deseando que una situación termine es difícil disfrutar de momentos, sólo tienes la mente en el futuro, aunque por supuesto también los ha habido buenos. Ha sido ilustrador descubrir la adaptación, resignación, madurez que han demostrado los niños, desde su inocencia pero con tanta sabiduría, sin una queja, sin el victimismo de los adultos. Disfrutando de días y días y días juntos los cuatro (los cinco con Samy, ellos siempre la cuentan como una más de la familia, la hermanita peludita, la otra chica de la casa junto con mami), de días de pelis, de juegos, de alguna manualidad fallida (lo siento, no se me dan esas cosas), de videojuegos, de sentarnos los cuatro a la mesa… de aburrirnos a veces de no saber qué hacer, pero pocas veces… de echar de menos sus actividades, su cole (pero no mucho), a sus amigos (eso lo que más), y por supuesto a sus abuelos. 

                Confieso que el día que nos dijeron que se cerraba el cole, yo tenía que continuar estudiando a tope para las oposiciones (aún no se nos pasaba por la cabeza la posibilidad de que se pospusieran/anularan), los parques cerrados, mis hijos acostumbrados a hacer deporte a diario, natación, multideporte, atletismo los sábados, incluso alguna carrera los domingos, de pronto encerrados en un piso de sesenta metros, con una miniterraza… No lo veía, se me vino el mundo encima, no confié en ellos… Nos fuimos con idea de pasar unos días al campo, a la casa de mis padres donde me crie, pensando que allí los niños tendrían más libertad y yo espacio para estudiar. Aún desconocíamos la magnitud de la situación ni que se iba a decretar el estado de alarma. Apenas pasamos allí un par de días, en cuanto fuimos teniendo más información decidimos volver a casa por seguridad y responsabilidad. 

                Aún seguí aprovechando algunos ratitos de estudio en mi habitación, aunque con frecuentes visitas/interrupciones de mi hijo Nacho especialmente (mami, solo quiero darte un besito; yo en realidad sé que lo que quiere es verificar que su mami sigue ahí, me da cuatro vueltas y se va feliz a seguir maquinando). Incluso continué con alguna clase online hasta que vi bastante claro que no tenía mucho sentido seguir, cuando además la cabeza no da para mucha concentración.

                Y tengo que reconocer que efectivamente no había confiado en la capacidad de adaptación de mi niños, de todos en general, que mira que si nos dicen a finales de 2019 que nos vamos a pasar tres meses encerrados, yo creo que nos hubiéramos pensado (aparte de qué locura es esa, qué me estás contando) que no lo aguantábamos. Y no sólo lo hemos superado, si no que los niños con plena aceptación, con alegría, la que a menudo nos faltaba a los adultos, concretamente, a mí. Muchas veces he estado triste, algunos días han sido más llevaderos, parecía que esto no iba conmigo, me tomaba mi cervecita en la terraza, oía mucha música, he leído libros que tenía pendientes (en los últimos años me ha cundido poco la lectura, primero desde que nacieron los niños y me dormía de pie, y luego porque cuando estoy estudiando, opto por otros hobbies en los momentos de relax). Hemos visto series, pelis que también estaban pendientes, conciertos a través de Instagram de algunos de mis cantantes preferidos.

               Pero también ha habido días de tristeza, de impotencia, de incluso desolación. Por nada en concreto, por todo un poco. Pero ahí estaba mi Nachete, cinco años, para decirme (y dejarme boquiabierta, pensando pero cuánto tengo que aprender de este niño): «Mami, ¡pero no estés triste! Pronto todo volverá a ser como era». A veces era como que necesitaba llorar todos los días un poco, el cuerpo me lo pedía. A veces por cualquier tontería. A veces con las noticias. A veces a la hora de los aplausos en el balcón. 

                Nachete: «Mami, son mis besos los que te hacen vivir». Así, como quien no está diciendo nada. Y lo está diciendo TODO. Mi todo. La fuerza para luchar, para sonreír, para seguir, para querer ser mejor, para ser un buen ejemplo. 

                Otra lección que aprendo de ellos, como ya he contado mil veces. Quiero enseñarles valores, quiero que se quieran a sí mismos (lo hemos visto con un cuento maravilloso sobre la autoestima, y ahora ya la pregunta esa típica de a quién quieres más, ellos la contestan con: «a mí». Y me encanta). Total, que al final siempre soy yo la que aprendo.

                Cuántas veces habré dudado, (yo y  mi dudar de todo, mi cuestionarme si lo habré hecho bien o habría sido mejor de otra manera), si no me precipité al decidir darle un hermanito a Mateo cuando tenía solo un año, y que se lleven menos de dos. El hecho de hacer mayor a Mateo cuando era tan bebé, quitarle de golpe su trono para compartirlo con Nachete, que venía pisando fuerte. Mateo tan dócil, tan sensible. Nacho igual de sensible, pero menos dócil, con más carácter. Mateo, tímido, indeciso, inseguro. Nacho tímido, pero con la ideas muy claras. Diferentemente iguales. Y durante el confinamiento lo he visto claro. Me ha hecho recordar que yo quería que los hermanos se llevaran poco tiempo para que pudieran compartir tiempo de juegos, para tener siempre un amigo con el que jugar, como yo con mi hermana Rocío, era un lujo levantarte y siempre tener ahí a tu mejor amiga, tu mitad, a tu lado. Qué habría sido de nosotras si no hubiese sido así, allí en el campo, si no teníamos nadie más cerca. Diferentemente iguales. Pero siempre nos tuvimos la una a la otra.

                He visto a Mateo y Nacho jugar juntos más que nunca. Porque normalmente no parábamos en casa, que todo hay que decirlo: extraescolares, parque, y también hay que decirlo, ya puestos, que a su madre le gusta mucho la calle y los fines de semana si podemos la casa la pisamos poco. Pero ellos se han hecho más amigos. Que también ha habido momentos de peleas y alguno que otro de desesperación, pues sí, no eran los mundos de Yupi, pero me han sorprendido para bien, en general, con todo. 

                Y llegó el momento en que les dejaron salir a la calle, y salimos el primer día, con un poco de miedo o inseguridad, y me pedían permiso para todo, y a cada ratito que les echase gel alcohólico en las manos aunque apenas hubiesen rozado una pared, y Nacho me pidió permiso hasta para correr. Nacho hace atletismo desde antes de los tres años; era mi bebé y ya corría, y es que vamos por la calle y él parece que no sabe andar, va correndillo, y en casa va dando saltitos (para correr no le alcanza el espacio) desde el salón a la habitación, y llevaba casi dos meses, o no sé cuánto, ya perdí las cuentas, y le dije que claro que sí, la avenida estaba vacía, y corrió con cara de felicidad. 

                Sin embargo, en los días sucesivos no querían salir, ya no sé si era miedo, pereza por tanto protocolo que había que seguir o que se habían acomodado a la vida en casa. Pero rara vez han salido, y ha sido tratando de incentivarlos con llevar a la perrita, comprarles alguna chuche… desde luego les preguntaba todos los días y no querían, y cuando lo hemos hecho ha sido porque por fin algún día ellos lo pidieron. Y se asombran y me dicen cuando alguien va sin mascarilla, saben lo que no se puede hacer, al igual que cuando ven que alguien no recoge una caquita del perro. Y son más responsables, tienen más luces, hablando en plata, que mucha gente. Aunque de los niños nadie se haya acordado, y hemos aguantado comentarios del tipo: si están mejor que quieren en la casa con la Play, en otros tiempos tenía que haber sido esto y se habrían enterado, o lo que pasa es que a los padres les estorban los niños en la casa. No.  

                 Hay comentarios que sobran, los niños son el futuro, son importantes, son personas. No les ninguneemos, tienen sus ideas, sus opiniones a veces más fundamentadas de lo que nos pensamos, tienen mucho que aportar a la sociedad, y no se les ha tenido muy en cuenta. En fin, quizás es otro tema. Es que hoy me ha dado por explayarme. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario